El ejercicio de la abogacía comporta el desarrollo de habilidades más allá de la formación teórica que ofrece el estudio del Derecho o la acumulación de conocimiento y experiencia que nos dan los años de práctica. Uno de los recursos que cualquier letrado debe aspirar a manejar con soltura es el de la expresión oral. Y aunque podría pensarse que esta destreza es importante sólo para quienes intervengan en una vista en sede judicial, nada más lejos de la realidad.
Y es que para hablar en público basta con que nos dirijamos a un grupo fuera del ámbito estrictamente privado: una reunión de conciliación, la junta general de una empresa la que asesoramos, aquella charla para la que hemos sido elegidos como ponentes, esos periodistas que nos piden pronunciamiento sobre una materia legal… puestos a imaginarnos situaciones comprobaremos que son numerosas -y frecuentes- las ocasiones en las que un auditorio nos puede poner a prueba.
La incapacidad para hablar en público con soltura es, además, es una de las taras más frecuentes en nuestro país. Lo vemos a diario y lo padecemos desde la infancia -quién no recuerda aquellas veces en las que tuvimos que exponer en clase un tema- hasta la adultez, cuando algo en apariencia tan simple como dirigirnos al resto de los padres en una reunión colegial termina por atrabancarnos el discurso mientras un sudor frío nos va minando el ánimo.
Estos últimos pueden ser síntomas de glosofobia, término traído del griego clásico que señala a aquellas personas con miedo a hablar en público. Para tratar de superar esta patología que a los unos condiciona su vida laboral y a otros en algún momento lo hizo, ofrecemos este decálogo de pautas. No son las tablas de la ley, pero bien podrían ayudarnos.
1) Preparación. Aunque fueras a hablar de un asunto o un hecho que creas manejar con la mayor destreza, dedica siempre unos minutos a hacer un esquema de tu intervención. Y si ya lo tuvieras, repásalo.
2) Una tribuna no es el patíbulo. Confía en tu capacidad de oratoria y de convicción. Siempre que hables en público lo estarás haciendo para conseguir éxito profesional o satisfacción personal. ¿Te parece poco estímulo?
3) No improvises. De hacerlo, lo más seguro es que pierdas el hilo de tu intervención y, de paso, el prestigio entre tus oyentes. Ponte en su lugar: ¿querrías perder tu tiempo escuchando las divagaciones de otro?
4) Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Está más que comprobado que un discurso de más de 10 minutos (salvo que esté apoyado con pausas para proyectar imágenes) acaba por cansar.
5) El orador es una persona. El lenguaje corporal importa, y mucho. No agaches la mirada, ni la desvíes hacia un punto indeterminado. Evita la rigidez y apóyate en brazos y manos para hacer lenguaje gestual.
6) El silencio es oro. Una pausa para hacer una inflexión que dé paso a un cambio en el tono, el énfasis o el contenido de tu exposición deben formar parte de tu discurso para evitar que sea un monólogo inexpresivo.
7) Adapta tu lenguaje. Ten siempre claro para quién hablas y trata de adecuar tu léxico al escenario y el auditorio. Ni tecnicismos ininteligibles entre profanos en derecho, ni chascarrillos en medio de una vista oral.
8) Una imagen vale… más que mil palabras, sí, pero no porque puedas sustituir tu discurso por un vídeo ingenioso, sino porque la vestimenta inadecuada o el desaliño pueden anular tu credibilidad.
9) Evalúa tu intervención. Hablar en público es una destreza que exige práctica continua, así que si te salió redonda te servirá de modelo para futuras citas. Y si no, te ayudará a detectar errores que corregir.
10) Nadie nace aprendido. También en esto la formación es fundamental. Huye de la vanidad y busca fuentes o personas con las que aprender desde cero o mejorar tus capacidades.
Foto: FutureImageBank
¿Qué te ha parecido esta entrada? Deja tus opiniones en el formulario de comentarios que encontrarás a continuación. Y no dudes en compartir esta entrada en tus perfiles en redes sociales o vía email utilizando estos iconos.